por: Ariel Beramendi
Dos textos articulados sobre la
comunicación escritos por el Cardenal Carlo María Martini, mientras fue
Arzobispo de Milán en la década de los noveinta, han dejado huella en la
comunicación eclesial del orbe católico.
Su primera carta pastoral bajo el
título “Effattá, Ábrete” se articula
en el clásico trinomio Ver: el
esfuerzo de comunicar; Juzgar: la
comunicación en Dios, fundamento ultimo del comunicar humano; y Actuar: las condiciones del comunicar.
En esta carta se afirma que la
Iglesia misma no es inmune de las dificultades: muchas veces su anuncio de fe
es “titubeante e incierto”[1].
El cardenal Martini sostiene que para aprender a comunicar es necesario
redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios: una relación informativa
verdadera surge del silencio, no es inmediata sino que necesita de tiempo, no
se deja asustar de la tierra que le echan encima, se basa en la escucha, nunca
se olvida de involucrar a las personas. El ícono de la comunicación perfecta es
María, la madre de Jesús[2].
Finalmente, se exponen las
condiciones para pasar a la acción: la comunidad diocesana debe asumir un
profundo estado de atención en relación al otro, debe ser experta en el
discernimiento, prodigarse en el anuncio del Evangelio, siendo concientes que
la Eucaristía, la liturgia y la caridad son fuentes de comunicación, que deben
ser descubiertas y vividas en ese sentido, adquiriendo las competencias
técnicas necesarias.
Por su parte, en la segunda carta
pastoral bajo el título “El borde del
manto” Carlo María Martini, compara la sanación de la mujer hemorrágica,
con su visión sobre los medios de comunicación, en concreto: «no deben ser ni satanizados, ni
santificados» ya que según el uso que se les dé podrán ser instrumento de
camino desde la masa hacia la persona, facilitando la diferenciación de la
persona dentro la masa[3].
Esta carta pastoral del año 1991
afronta la relación entre Iglesia y los medios de comunicación de masa, que
influyen claramente la vida del hombre del siglo XXI.
Estos instrumentos son evaluados
según su perfil ético, pastoral y espiritual. El documento empieza con un
primer diálogo imaginario con la TV para entender qué significado tenga para
los hombres; luego sigue una confrontación con los comunicadores, interrogados
por el Cardenal sobre las modalidades de transmisiones de las noticias, sobre
su libertad de elección, sobre la mayor o menor consideración del público
respecto al juicio de los demás trabajadores o de sus propios proyectos en de
su carrera; sobre el motivo de tanta difusión de la violencia y pornografía[4].
Seguidamente el Cardenal se detiene en la relación entre la Iglesia y los
medios de comunicación de masa ofreciendo cuatro indicaciones: «la Iglesia debe decir y predicar la
comunicación, debe promover una mentalidad abierta y más disponible a la
información, debe asumir un rol profético y educativo, sin buscar apropiarse de
los medios; también debe entrar en los medios directamente ››.[5]
En esa década de los noventa las
últimas reflexiones del cardenal Martini se concentran, finalmente, en el tema
de la espiritualidad con la que los medios deben estar impregnados. Dichos
instrumentos, no pueden perderse en la idolatría de la muchedumbre, sino
descubrir a la persona, la conexión relacional, en la certeza que Dios está
presente en cada segmento del actuar y
del vivir humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario