Estoy seguro que todos han tenido la experiencia de cambiar
de párroco. Sucede que el sacerdote recibe un nuevo destino y – apegado o no –
debe dejar su parroquia y moverse a su nuevo destino donde le esperan nuevos
desafíos.
En muchos casos, hay párrocos que, después de tantos años y
bellas experiencias vividas, les cuesta más marcharse, unos se van alegres y
otros tristes, unos salen de día y otros de noche.
En todo caso, el cambio de parroquia es siempre el cierre de un
capítulo y la apertura de otro.
Aunque yo no soy párroco,
algo así pasa también con el servicio que llevé adelante en el
Pontificio Consejo de la Comunicación y luego en la Secretaría para la
Comunicación. Ahora me ha tocado “cambiar de parroquia”; la semana pasada se
formalizó el inicio de mi servicio en la Secretaría del Sínodo, donde el
trabajo ya no será solo con los amigos de América Latina y España, sino de
ponerse al servicio de una Iglesia católica y sinodal que está en contacto
con todo el orbe católico y que Papa Francisco está impulsando tanto. Seguiré viviendo mi vocación de comunicador,
dentro de mi vocación sacerdotal, pero con otros matices más “sinodales”.
En todo caso, me parecía justo y educado decirlo a tantos
amigos que todavía no se habían enterado, agradezco a los superiores y
amigos de los que he aprendido mucho en estos años.
Agradecido a la intercesión de la Virgen de Guadalupe,
y a nuestro Señor, miro adelante
llevando en el corazón los rostros de tantas personas con las que he compartido
un pedazo de historia.
Seguimos unidos en oración y en comunicación.