(por Ariel Beramendi)
Recientemente he sabido que un obispo ha tenido que enfrentar un pequeño revuelo mediático porque un canal de televisión publicó fotografías personales de uno de sus sacerdotes, quien había sido “etiquetado” en su perfil del Facebook. Las fotografías de algunas cenas con los grupos juveniles, difundidas fuera de su contexto se mostraban ambiguas. La noticia no tardó en difundirse en varios medios de comunicación locales que buscaban presentar la noticia como la vida escandalosa de un sacerdote.
Semanas después se vino a saber que un joven que pertenecía a un
ministerio de música de la parroquia en la que vivía dicho sacerdote, había
copiado las fotos de su párroco y las había enviado a un amigo periodista; todo
esto porque el párroco lo había alejado del ministerio de música.
Esta experiencia provocó que el obispo diera marcha atrás en su
intención de abrir un perfil de Facebook y Twitter, también aconsejó a sus sacerdotes cerrar sus perfiles en redes
sociales y en todo caso estar muy atentos ante los riesgos con los que se
enfrentarán tarde o temprano.
Esta anécdota nos sitúa rápidamente de frente a una realidad de la
cual no podemos escapar: como pastores ¿cuál es nuestra postura ante la cultura
digital donde se mueven millones de personas? A diario entramos en contacto con
cientos de personas a través de las nuevas tecnologías de la comunicación,
¿cómo nos relacionamos con ellos? ¿Cómo desarrollamos nuestro ministerio
sacerdotal en los nuevos ambientes de
comunicación? ¿Conocemos esta nueva cultura de la comunicación o la ignoramos?
¿La promovemos o más bien la condenamos?
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